El efecto Rosenhall consiste en comportarnos como creemos que es la realidad, así somos adecuado, es decir, que nos adecuamos (amoldamos) a la misma. Lo que no vemos es que haciendo eso creamos esa realidad, que previamente, en nuestra mente, habíamos percibido como real, condenando a ésta a ser solo lo que yo creo y no lo que realmente podría ser.
Desgraciadamente para muchos es mejor tener una explicación, aunque sea devastadora, que no tener ninguna. Tristemente a veces es preferible crear una desgracia segura que vivir con la angustia de no saber si acontecerá o no. De esta manera “tenemos el control” de lo que sucederá a pesar de que sea malo. Es el control catastrófico.
En el plano de lo personal, de la relación entre yo y yo mismo, ocurre lo mismo. Prefiero saber que soy un inútil a dudar de mis capacidades. De esta forma, si me catalogo como incapaz, ya no me arriesgo y así no me equivoco. Siguen el slogan de “Si no gano, no juego”. Lo que no se preguntan es: ¿ Se puede ganar sin jugar?.
La repetición de errores se convierte para ellos en una prueba definitiva de la propia incapacidad de auto corrección, cavando su propia tumba.
Solo se sienten dignos si su actuación es perfecta. Un perfeccionista inconsciente de que corre sobre un hilo demasiado alto. Cuando cae, (porque caer es una inevitablemente y fundamental parte de la vida) tiene la desgracia de rebotar en la red, aunque no lo bastante alto como para volver a caminar sobre la cuerda tensa. No ha perdido la vida, mucho peor, ha perdido el desafío consigo mismo. Inútil volver a intentarlo, no tendría que haber sucedido. El perdón no se contempla, el olvido es imposible.
Cada derrota, presunta o real vale doble, ningún éxito representa capacidad, era debido. Estas son personas q no parecen darse cuenta de que forman parte de los seres humanos, imperfectos, susceptibles de errores, pero también capaces de remediarlos, que atesoran experiencia en sintonía con el sentido de la evolución.
Einstein decía que la diferencia entre una ameba y el hombre es que éste puede cambiar, quedando ella condenada a repetir el mismo error, y siendo él capaz de aprender y con ello sobrevivir y evolucionar.
Él, cuando compite, siempre ha de conseguir la medalla de oro, sino es así es un fracaso. Nunca ha pensado que las medallas de oro son (SIEMPRE) fruto de muchas derrotas y que precisamente de las derrotas se obtienen las mejores recetas para la victoria.
Ellos dicen: “donde no hay Victòria hay renuncia”
Son rehenes del propio fracaso previamente anunciado (porque hay que ser coherentes con lo que decimos).
Aquiles cayó en este pecado: “si quiero puedo”. Pecado de soberbia, dicen algunos.
Y fue Justo la idea que tenía Aquiles de que era imposible de vencer, la que hizo que se confiara y le hirieran de muerte, casual y precisamente en el punto débil que él no cuidó pensando que no existía.
El error no es la imperfección, es la idea de no equivocarse la que nos condena a caer en la mas profunda prisión ya que con la idea de ser Aquiles, el despertar inevitable, dada nuestra condición humana, representa la caída a un abismo oscuro y e inerte.
Solo estás vencido cuando te rindes. Solo te rindes cuando no ves la salida. Que no veas la salida no significa que no exista. Dado el principio del Caos, en el cual todo se modifica, cambia, evoluciona continuamente, siempre hay una salida, una puerta abierta o que se abrirá próximamente. De ti depende mantenerte rígido en tus ideas estériles o en dejarte fluir hacia nuevos confines. Porque ya sabemos como acaba el control catastrófico.
No es la realidad la que cambia, la que abre puertas, sino el cambio de ojos lo que modifica la realidad, la que abre ventanas, puertas o portones.
Ángela Gual