Educar a nuestros hijos no es una tarea sencilla. Educar sin gritar, además, puede convertirse en un reto para muchos progenitores en ciertos momentos. Sin embargo, supone la modalidad más recomendable para que los más pequeños puedan desarrollarse de una manera correcta.
¿Sabías que gritar de manera habitual a nuestros hijos puede suponer problemas cuando se convierten en un hábito? Cuando les gritan, los niños y niñas sienten un temor que les paraliza. No son capaces de gestionar ni hacer frente a esta violencia verbal de los adultos. Por tanto, les cuesta asimilarla. Con este simple hecho, nosotros, como padres, estamos generándoles rabia, tristeza, agresividad, estrés y una baja autoestima. Por todo ello es tremendamente conveniente aprender a educar sin gritar.
Cuando un niño siente impotencia, afecta a su perfil psicológico, baja su autoestima y se corre el riesgo de que lo asimile como normal, copiándolo ya como adulto. La otra alternativa es que esa sensación de incapacidad e impotencia provoque que se deje gritar y ser agredido en el futuro, afectando a sus relaciones personales.
Qué podemos hacer para no perder los papeles
Los gritos dejan huella en nuestros hijos. Puede que no sea una marca apreciable a simple vista, pero sí que puede comprobarse con el paso del tiempo. Por ello, educar sin gritar es fundamental, aunque en ocasiones nos resulte difícil, sobre todo cuando nos encontramos cansados y agotados tras duras jornadas de trabajo.
Es muy sencillo perder los papeles con los más pequeños. Pero se supone que, como padres, somos adultos racionales que saben gestionar sus emociones y, aunque nos pongamos nerviosos con los críos, no hay que gritar. Debemos realizar un poco de introspección. Hemos de ser un modelo para nuestros hijos, ya que lo que ven en casa, lo asimilan como propio y lo exhibirán fuera de casa.
Educar sin gritar: ¿Qué hacer cuando estamos a punto de perder la paciencia?
Alejarnos, salir de la habitación, respirar… Es muy importante que los pequeños tengan una figura de referencia, fuerte y con autoridad. Los padres han de ser firmes, sin violencia física o verbal. Nadie está a salvo de levantar la voz en cierto momento en el que se desea imponer la autoridad parental. De hecho, puede ser hasta necesario para encauzar a nuestros hijos. El problema es cuando se convierte en algo continuo.
Como padres podemos hacer muchas cosas. En primer lugar, ponernos en lugar de nuestros hijos, tratar de sentir empatía por ellos y saber qué es lo que les pasa por la cabeza. No es justo mirar a un niño con los ojos de un adulto.
Además, ni que decir tiene que hemos de ser un espejo en el que los pequeños se puedan mirar. No grites, sé amable, apoya a los seres queridos… Ser un modelo incluso en los momentos más difíciles. Educar sin gritar es uno de ellos.