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Peter Kurten padeció el llamado Trastorno de Personalidad Sádico. Como podemos ver en sus diversas actuaciones y en su modo de apreciar la realidad, este monstruo mostró durante toda su vida un patrón patológico de conducta cruel, vejatoria y agresiva. Digo durante toda su vida, porque ya a la temprana edad de 9 años, hay indicios de que asesinara a dos compañeros de clase.
En su adolescencia, según narran, trabajó como perrero, maltratando, violando y asesinando a multitud de animales. Pronto, y como su patrón narcisista y de engrandecimiento sugiere, le es imperante cambiar de nivel y ascender al asesinato de niñas, hombres y mujeres, tras vejarlos brutalmente.
El sádico utiliza su violencia no solo para alcanzar algún objetivo no interpersonal, como puede ser el golpear a alguien con el fin de robarle, sino que su violencia busca establecer una relación dominante, además de humillar al otro, con el consecuente disfrute psicológico y sexual que le produce ejercer esta violencia.
Ni falta hace que decir que estas personas están mucho más predispuestas a cometer crímenes y a infringir la ley, dadas sus características de pensamiento y comportamiento.
Hay de remarcar que además de sádico, Peter también era emocionalmente estéril, sin ninguna percepción de empatía o compasión, y por lo tanto, tampoco de culpa o responsabilidad. Además, refiere un componente histriónico, y narcisista. Le gustaba beberse la sangre de sus víctimas como fuerte fetiche a su frenesí sexual trasgresor y perverso.
Se muestra extremadamente compulsivo, ya que como indicabais hace unos momentos, llega a asesinar en un mismo día a 3 muchachas, 2 niños y apuñaló a otras tres personas más. Este patrón de comportamiento muestra una falta de control de impulsos absolutamente acorde a un salvaje que hace caso omiso de cualquier medida de represión creada por la sociedad. No le importa ni le interesa más que satisfacer sus pulsiones. Otro ejemplo de su extremo desequilibrio es violar el cuerpo en descomposición de un cadáver ya enterrado, el cual desentierra para su propia lujuria.
Todos estos comportamientos solo pueden reflejar una mente absolutamente dañada e irreparable, como comentamos siempre, fruto de una genética predisponente, y por supuesto, guiada por una infancia de desprotección y abusos que despierta el depredador que tenemos dentro, la necesidad de sobrevivir al más cruel de los destinos, una familia de la cual tener que defenderse.
Ángela Gual