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Cuando hablamos de trastornos de alimentación, todo el mundo rápidamente piensa en la Anorexia o en la Bulimia. Sin embargo, en los últimos 15 años se han desarrollado muchos más trastornos de alimentación derivados de los cánones de belleza imposibles que van emergiendo en nuestra Sociedad, de los rasgos Obsesivos que marcan los valores actuales y las diferentes intenciones y modas que nos presionan, tanto a nivel publicitario como a nivel de presión entre los grupos sociales.
Parece que todo el mundo sabe qué deberíamos comer e incluso cómo deberíamos cocinar.
Comer bien está genial, cuidarse es una de las cosas más importantes que existen para poder sentirnos bien y equilibrados a nivel de autoestima. La salud tanto física como mental forman una simbiosis que se retroalimentan y por su puesto, como dice el refrán, «Mens sana, in corpore sano». Pero, hasta qué punto es bueno radicalizarse en nuestros hábitos saludables?
La clave, como comentamos en la entrevista, está en el bloqueo de las funciones básicas de cada uno de nosotros, sea a nivel personal, laboral, familiar o social.
Es decir, en el momento en el que por el hecho de DEBER alimentarnos TAN bien, comenzamos a restringir nuestros alimentos de una forma peligrosa, que nos produce carencias alimentarias y desnutrición, empieza a haber un problema. Así mismo, si estos «hábitos saludables» hacen que nos cerremos socialmente y nos «obliguemos» a no acudir a acontecimientos sociales por el miedo a estar expuestos a la tentación de consumir alimentos que para nosotros son prohibidos, el hecho de evitar círculos sociales o actividades de ocio para no propiciar el consumo de ciertos alimentos, supone ya un grave problema que nos limita y aprisiona. Si empezamos a hablar mal de los que no comen como nosotros, a tratarlos mal, a hacerles de menos, a menospreciarlos por no ser como nosotros… si empezamos a tratara de anestesiar nuestras sensaciones con respecto al placer de comer y al consumo de alimentos… el riesgo a desarrollar otras patologías alimentarias es muy alto.
Por lo tanto y con prevención hemos de recordar que alimentarnos bien es un signo de amarnos y de cuidarnos. Es la representación orgánica de que somos valiosos y nos importamos mucho y es en extremo positivo para nuestra autoestima y autoconcepto. Sin embargo, lo que convertirá una bella libertad en una jaula de cristal serán las limitaciones que este tipo de alimentación nos pueda producir si pecamos en la rigidez de la búsqueda de perfección. Cuanto más perfectos pretendamos ser, más imperfecciones encontraremos y más malestar tendremos, más nos exigiremos y más restricciones nos impondremos en nuestro dogma de alimentación «sana». Cuidarse es bueno, obsesionarse, no tanto. Una vida sin placer, no es vida, y el placer de comer es un deleite que bien dosificado da vida, y mal gestionado la quita.
Ángela Gual.