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En el programa hablamos de una serie en la que un chico está indeciso entre la madre de su hija, la mujer que siempre ha querido, con la que ha tenido una relación larga, con la que ya ha establecido unos vínculos familiares estrechos, cómodos y estables, con la que se siente tranquilo, a la que ya conoce a fondo… y una nueva mujer que ha aparecido para elevar su corazón. Una mujer seductora y joven que lo altera, lo hace sentir inseguro, nervioso y en definitiva, le hace sentir todo aquello que pensaba haber olvidado hace tanto tiempo.
Es el clásico triángulo amoroso en el cual Pep no logra decidirse por ninguna de las dos ya que ambas tienen virtudes muy interesantes y atrayentes. Es el conflicto entre lo que me conviene y lo que deseo, lo que debo y lo que quiero, lo que es bueno para mi aunque me pueda aburrir y lo que me va a dar placer pero después me puede lastimar.
Todo hombre y mujer que se ve en esta situación desearía poder unir a ambas figuras en una poción mágica y hacerlas converger en un solo cuerpo. Así sería perfecto, o eso creen ellos. Lo que no saben es que haciendo eso seguramente se pervertiría la naturaleza de la relación que tienen con cada una de ellas.
El deseo es irrefrenable y compulsivo porque es escaso, porque es secreto, porque trasgrede la norma, porque está prohibido y es furtivo. Cuanto más escondido más excitante, cuanto más censurado, más clandestino, más ilegal, más seductivo, morboso y más excitante… y por lo tanto, más adictivo… y tóxico. Oscar Wilde decía que «La única forma de librarse de una tentación es caer en ella». No lo decía en balde ya que entre la razón y el corazón, es éste, por suerte o por desgracia, el que siempre sale victorioso.
Si bien es cierto que la manzana prohibida es la más deseada de todas, también hay que tener en cuenta que un secreto revelado ya no es más un secreto, y poco a poco va perdiendo su misterio, su encanto. El hambre de curiosidad se va transformando en admiración primero, en estabilidad después y llegamos a la meseta del equilibrio.
¿Qué pasa después? hay dos caminos posibles. Uno es la acomodación, la habituación, el fenómeno de la desensibilización sistemática que hace que poco a poco, aquello que nos fascinaba se vaya desdibujando con el fondo hasta perderse en él, como cuando dejamos en la habitación un objeto más tiempo del que debiera, y acaba integrándose para desaparecer en su composición. O también existe la opción B: El cortejo anual. Los últimos estudios demuestran que los pocos animales monógamos que existen en la naturaleza de por vida, lo son gracias a los perdidos que alternan de estabilidad parental con épocas intermitentes de cortejo y galanteo. Las claves son, tanto el hecho de dar atención como el de quitarla. La intermitencia es fundamental para evitar la habituación, y el atender a la pareja para mantener la sensación de novedad, de admiración y de fuego que de otra manera, se extingue con una facilidad cada vez más fugaz.
De lo contrario somos presa fácil a ser dominados por nuestros sentidos, a ser sus prisioneros y a sufrir las la tormenta de emociones que nos lleva el apagarnos y encendernos al ser estimulados por incentivos que no hemos elegido pero que no podemos detener una vez divisados, y que desordenan todo nuestro universo. Como decía Blaise Pascal decía con mucho acierto «El corazón tiene razones que la razón ignora».
Una vez más la vida nos pone un ejemplo de que podemos elegir sufrir o gestionar las emociones de nuestra vida pero en ningún vaso podemos no vivirla. Podemos ser autores originales o plagiarios, pero todos al final somos los responsables de las obras que escribimos.
Ángela Gual, tu psicóloga en Palma