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Cuando empezamos las vacaciones, a veces sentimos culpa por dejar atrás las obligaciones laborales, sintiendo que abandonamos al equipo o que deberíamos estar atentos de las diferentes situaciones que se puedan dar allí, aún estando de vacaciones. Es lo que llamamos el Síndrome del Ocio.
Cada vez más personas tiene dificultades en desconectarse del trabajo para sumergirse en las vacaciones estivales.
Este fenómeno se debe en parte a que nuestra Sociedad cada vez bonifica más la productividad, la eficacia y la competitividad. Ser el mejor se convierte así en un valor primordial y no conseguirlo representa una culpa interna.
Por otro lado, también hay un factor individual en el sentido que muchas personas, por su tipo de personalidad y el puesto de trabajo que ocupa, se sienten profundamente responsables, necesitan tener la situación controlada y tienen dificultades para deshacerse de esta objetividad por la perfección y por la eficiencia.
También existen las personas que tienen un autoconcepto muy vinculado al trabajo y al rol que ejercen eneldo. Este hecho es importante ya que cuando no trabajan no se sienten reconocidos y su autoestima se ve mermada, por lo que tratan de estar el máximo tiempo posible cumpliendo con sus labores profesionales. «Si produzco, entonces soy» diría el filósofo.
Estas personas suelen quedar enganchadas en un círculo de remordimientos y malestar por no producir que le dificultan el hecho de disfrutar de su tiempo libre, de poder relajarse o pensar en otras cosas que no sean del ámbito laboral.
De todas formas hay que tener en cuenta que la mayoría, tanto los obsesivos como lo que no lo son tanto, necesitamos de una adaptación progresiva al descanso y al «Dolce far siente» (el arte de no hacer nada) porque la inercia que llevamos del invierno hacen que una remisión progresiva de la actividad sea más fácil y placentera que una desconexión inmediata y completa. Así nos sentimos adecuados y en el lugar que nos corresponde.